Laguna Brava, un paraíso escondido en la serranía
Los cerros de Balcarce, el entorno rural y la laguna configuran un vistoso paisaje, que sugiere pasear a pie, a caballo o en vehículo. Además, pesca y huellas del pasado.
El sol y una brisa cálida arremeten con fuerza y la propuesta de Nicolás Bustamante, parado como un solitario vigía sobre un muelle de madera que se alarga en la costa de la laguna Brava, parece un despropósito. Mientras a sus pies bailotea un bote sobre las aguas agitadas, el guía insiste en sumar pasajeros a una excursión hasta la sierra Brava, cuyo cuerpo de arcilla y caparazón de piedra –revestido de vegetación– se levanta en la orilla opuesta.
Pero el grueso de los potenciales viajeros son los ociosos huéspedes instalados en el complejo de cabañas, hostería, restaurante y camping Ruca Lauquen. Comparten los placeres que les dispensan los picnics en familia, los asados, las dos piscinas y las caminatas abrigadas por el bosque de eucaliptos. Nada parece capaz de arrancarlos de este pequeño Edén de la llanura bonaerense, que los pliegues de la serranía ocultan a 32 km de Balcarce y a 30 km de Mar del Plata.
Algunos audaces se acercan con timidez, empujados por la curiosidad más que por el espíritu aventurero que requiere el desafío con la naturaleza. Saltan a la cubierta sin mucha convicción, hasta que las primeras maniobras del remero los aleja del pajonal costero y los deposita en el centro de la laguna. Recién desde allí empiezan a vislumbrar con nitidez el impactante colorido y la abundancia vegetal en los que están inmersos. Ese paisaje verde intenso, un inapreciable bálsamo para la vista, ya se venía exhibiendo sin pudores a los costados de la banquina de la ruta 226.
Desafío creciente
Bajo la maraña vegetal, los charcos de agua de lluvia recubren el tapiz rocoso formado en el período Precámbrico, hace 2.200 millones de años. Mäs arriba, el desborde de aves multicolores y flores silvestres se atenúa y el suelo cruje por un manto de hojas secas, al tiempo que la exigencia de la escalada va en aumento. Para poder superar rocas gigantes y rodear las enormes cuevas donde se guarecían los pobladores prehispánicos no queda otro recurso que sujetarse con fuerza a las plantas y reptar.
El sendero muta en una huella mínima, obstinada en ocultarse en el follaje. Un amago de viento fresco agita apenas la atmósfera y un puñado de hojas secas y semillas de acacia se dispara hacia el cielo. Por fin se hace la luz en un pasadizo angosto bordeado por más rocas basálticas, de las que claveles del aire sobresalen como delicados moños. Una multitud de benteveos y calandrias observa con sorna a los esforzados visitantes, pero Nicolás Bustamante se apura en tranquilizar a los visitantes: “Son los anfitriones que anuncian la cercanía de la cima”.
Un par de pasos más adelante, el cielo sin rugosidades se impone sobre los últimos arrestos del techo verde y la vista se gratifica con una pintura magistral, poblada de colores intensos: campos reverdecidos por el trigo y la soja, parcelas amarillas sembradas de girasol y los grises de los estilizados cerros.
Desde esta privilegiada perspectiva, la laguna se muestra planchada, casi tan inmóvil como las embarcaciones de los pescadores y sus cañas, que aguardan el pique de algún pejerrey incauto. Sobre un recodo de la orilla, el ovillo de los árboles deja una rendija para poder admirar la casona de Paula Paz Anchorena, un soberbio chalé de dos plantas que albergan ocho habitaciones, construído por el afamado arquitecto Alejandro Bustillo en 1916. Rodeado por un paque de hortensias, agapantus, azucenas, rosales, muérdagos y coníferas, la coqueta fachada de piedra de la mansión exhala un aire aristocrático en la serena atmósfera que rodea la laguna Brava. Ese llamativo detalle de arquitectura de categoría, de todos modos, armoniza perfectamente con las modernas construcciones –bastante más austeras– de Villa Laguna Brava, que decoran discretamente la orilla norte.
Durante el precipitado descenso del cerro, la presencia humana inquieta a dos cuises, que dejan con sigilo sus madrigueras en busca de alimento. “También es posible encontrarse con ciervos, zorros y serpientes, pero se retraen cuando se cruzan con extraños”, vuelve a calmar los ánimos Bustamante, relajado como el más experto de los baqueanos locales.
Cómo llegar
Desde Buenos Aires hasta la laguna Brava son 440 kilómetros por Autopista a La Plata, ruta 2 hasta Coronel Vidal y ruta 55; 4 kilómetros antes de llegar a Balcarce, girar a la izquierda por ruta 226 hasta el kilómetro 31 (Villa Laguna La Brava) o el kilómetro 35,5 (paraje El Dorado).
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